Los cuatro mejores criterios para escoger a nuestro dentista

En artículos anteriores hemos hablado de los problemas que provoca no escoger adecuadamente a nuestro dentista. Desde cadenas que desaparecen dejando a clientes desatendidos y con tratamientos a medias, hasta pacientes que no reciben el tratamiento adecuado, bien porque no se les realiza correctamente, bien porque se les imponen intervenciones innecesarias o excesivas para su caso.

A menudo el paciente decide por precio, ya que es el factor que más suele condicionarle. Sin embargo, un mal servicio no solo acaba saliendo más caro, sino que puede tener consecuencias muy negativas en la salud bucodental. Un empaste en el que no se ha eliminado completamente la caries, una limpieza en la que aún queda sarro en la encía, e incluso sustituir piezas dentales que podrían haberse salvado. En algunos casos supone volver a pagar el servicio a otro especialista; en otros, un empeoramiento del problema y un coste extra que nos podríamos haber ahorrado, además de un riesgo innecesario para nuestra salud.

Por otra parte, el paciente no suele tener el conocimiento técnico necesario para valorar en primer lugar si el servicio que le proponen es lo que realmente necesita, si lo ejecutan bien, y si el profesional escogido es el más adecuado.

Pero, ¿cómo decidimos en primer lugar si podemos confiar o no en el dentista que tenemos delante? Hay cuatro pautas que nos pueden ayudar a decidir.

  1. El tiempo que nos dedica. Un buen profesional nos dedicará tiempo de calidad para entrevistarnos, para interesarse por nuestro estado general de salud, el motivo de nuestra consulta y nuestros problemas bucodentales. Nos realizará una exploración dental y radiografías para recoger toda la información necesaria para determinar un punto de partida: la salud bucodental. El pseudoprofesional apenas dedicará tiempo a hablar e irá directamente a ver la boca y recitar en verso el tratamiento, como si de una tabla de multiplicar se tratara. Habrá poco tiempo para explicaciones y pasará bastante de nosotros.
  2. Los consejos que nos da. Además, hablará con nosotros sobre nuestra situación de salud, nos dará recomendaciones para mejorar su estado y marcará las medidas de prevención necesarias para mantener la salud a largo plazo. El pseudoprofesional jamás habrá utilizado la palabra prevención en una visita, es más, no recordara ni su significado.
  3. Las alternativas que nos ofrece. Cuando llega el momento de gestionar las visitas, el profesional será escrupuloso en devolver la salud a nuestra boca, priorizando esto por encima de todo. Además, nos explicará los diferentes tratamientos posibles para solucionar el motivo de nuestra consulta. El pseudoprofesional querrá empezar cuanto antes por los más costosos, implantes, prótesis u ortodoncia.
  4. La persona que nos atiende. Donde más se ve el plumero es ahora: ya no es el profesional el que entra en juego, es el comercial. Esta figura, que no existía antes en los centros de salud, ahora juega un papel protagonista en algunos de ellos. Es el responsable de captar, cerrar y vender la operación, nunca mejor dicho. Hay sin duda una jugada bien ensayada, la financiación. Lo que a priori debería ser una ayuda, una buena financiación sin intereses y a largo plazo, se puede convertir también en una dura condena. Se quedará en esa clínica hasta acabar el tratamiento, sin poder renunciar a él si algo le huele a chamusquina o si por desgracia vive en sus propias carnes una desastrosa y deleznable experiencia.

Muchos pseudoprofesionales juegan con el miedo y la inseguridad que generan en las personas los temas de salud, y los nervios en sí de estar en la consulta de un dentista. Lo mejor es no decidir nada en el momento, recoger toda la información que nos den, escuchar a nuestra intuición y pedir segundas opiniones cuando alguna cosa nos rechine.

Una vez en casa, investiguemos, pidamos recomendaciones, comparemos y seamos críticos. La base de nuestra elección tiene que ser la confianza, si elegimos barato podemos acabar pagando un precio muy caro.

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